Editorial

La humanidad ha acumulado insospechados conocimientos, los que deben traducirse en saberes del hombre contemporáneo, de ahí el papel que desempeña la escuela en la cual transcurre, básicamente, el proceso formativo del individuo, pues no debe obviarse la función de la familia y la comunidad en este sentido.

Como se sabe, no solo se trasmiten conocimientos, su adquisición va acompañada del desarrollo de habilidades y la formación de valores que le son inherentes.

En la actualidad, ante las difíciles condiciones en las cuales se desenvuelve la existencia del hombre, cuando para muchos la esencia está en lo material y se generan posiciones consumistas que tienen su génesis en tendencias que nos llegan de los centros de poder, como muestra de su hegemonismo, una buena parte de la humanidad sabe que lo espiritual, consustancial al ser humano, debe preservarse, salvarse, cultivarse.

La ambivalencia de lo material y lo espiritual no es nada nueva, recuérdese, por ejemplo, que a inicios del siglo XVII Miguel de Cervantes, cuyo nombre llena por sí solo todo el llamado Siglo de Oro español y se extiende más allá convirtiéndose en un símbolo de las letras en el mundo hispánico, dio una lección al respecto al trazar aquellos personajes inolvidables, convertidos en símbolos por lectores de diversas generaciones: Quijote y Sancho. Qué lector medianamente informado habrá olvidado aquella escena antológica en la que estos personajes se encontraban ante “temibles gigantes” o más bien con enormes molinos de viento.

Cervantes, con sabiduría de escritor o de filósofo, hace pensar a lectores de su tiempo, del nuestro, y a aquellos que en épocas sucesivas se acercarán a su obra, como sabemos que ocurrirá con un texto que ha probado su universalidad sin dejar lugar a dudas, en la necesaria relación entre lo objetivo y lo subjetivo en el ser humano, o dicho de otro modo, en el necesario equilibrio entre lo material y lo espiritual en el individuo, el cual “[...] no puede – literalmente – existir a partir sólo de realidades [...] Vivir es vivir también en lo imaginario”.*

De ahí que los docentes debamos dirigir el proceso pedagógico de manera que se conduzca al desarrollo del educando, a la formación de su personalidad en todas sus facetas, ya sea en la tradicional sala de clases, fuera de ella o del recinto escolar, es decir, un proceso en el que lo educativo se manifieste a través de lo instructivo.

Ahora bien, no basta con que el docente esté consciente de la necesidad de educar en valores a sus educandos, además de ello debe saber que de su labor se espera el desarrollo de un sistema de valores que responda a las exigencias de la sociedad, al momento histórico concreto en que vive.

DraC. María Elena Infante Miranda

 

*Cerutti, Horacio. “Utopía y América Latina”. En Identidad cultural latinoamericana. Enfoques filosóficos literarios. Problemas 4. Ciudad de      La Habana, Editorial Academia, 1994, p. 13.