Un drama terrible, un paso para la formación antimperialista de José Martí.

Autoras:

Lic. Liset Guillén Prieto

Lic. Leticia Guillén Prieto

 

Resumen

En el presente artículo las autoras abordan una de las facetas más importantes del pensamiento martiano: su antimperialismo. Para ello se toma como punto de partida un acontecimiento ocurrido dentro del país norteño y que conmocionó a la opinión pública nacional e internacional: los sucesos relacionados con el proceso a los siete anarquistas de Chicago. En el trabajo se hace un análisis de la trayectoria de la visión que de este hecho alcanzó a tener el Maestro en la medida en que fue ahondando en las verdaderas causas que lo originaron, todo lo cual le permitió adquirir un conocimiento mucho más amplio y certero de la sociedad norteamericana y, a la vez, consolidar su formación antimperialista.

Palabras claves: Antimperialismo, pensamiento martiano, sociedad norteamericana.

 

Abstract

In the current article, the author’s present one of the most important aspects of José Martí´s thought: antimperialism. The authors take as a starting point an event that took place in a northamerican country that challenged the national and international public opinion: the event  related to the process of the seven anarchists from Chicago. In this work, the authors make an analysis of the course of this event and the impact it had in José Martí as he got involved in the real causes which originated it, which gave him the chance to get  a wider and truthful knowledge of the northamerican society, and also he reinforced his antimperialist formation as well.

Key words: Antimperialism, northamerican society, Martí´s thought.

 

Es sabido que la etapa de radicalización del pensamiento antimperialista de José Martí arribó a su parte final y definitiva, justamente durante su estancia en los Estados Unidos. Entre los sucesos de la sociedad estadounidense que incidieron de manera sustancial en este proceso, descuellan los acaecidos en la ciudad de Chicago, entre los años 1886 y 1887.

Para el Maestro no pasan por alto los conflictos sociales que acaecieron en aquel entonces relacionados con la clase obrera, como clara manifestación de una sociedad que transitaba hacia la fase imperialista a pasos agigantados. Es propósito de este trabajo, realizar un breve análisis de cómo estos convulsos acontecimientos que tuvieron gran repercusión mundial, y que son recordados en todo el orbe cada primero de mayo, contribuyeron de algún modo a la formación de la sólida concepción antimperialista que poseyó el  Maestro, fruto de un largo y detenidísimo examen de las particularidades de esa sociedad.

En el año 1887, al transcurrir más de un año de los sucesos que conllevaron al arresto, se produjo el asesinato legalizado de los obreros Albert Parsons, August Spies, Adolph Fisher y George Engel, que fueron ahorcados; Louis Lingg fue víctima del suicidio en prisión, la víspera del ahorcamiento de sus compañeros; mientras que Oscar Neebe y Michael Schwab, resultaron excarcelados en el año 1893. Posteriormente se supo que en el acta de indulto de estos tres hombres, se planteaba que ellos, así como el resto de sus compañeros, eran inocentes; fueron estos las víctimas de la represión capitalista en los Estados Unidos en su ensañamiento contra la clase obrera y a los que se les denominó mundialmente como “Mártires de Chicago”.

En torno a estos terribles acontecimientos, escribió Martí varias crónicas. En la primera de ellas, fechada en Nueva York, el 15 de mayo de 1886, y que vio la luz en El Partido Liberal, el 29 de mayo de 1886, cuando habían transcurrido muy pocos días de los disturbios (4 de mayo de ese mismo mes), se deja entrever en sus valoraciones la influencia de la información recibida de una prensa tendenciosa y, de hecho, al servicio de los poderosos.

En las dos primeras crónicas, Martí condena los métodos violentos de lucha empleados por los anarquistas, los errores de sus dirigentes. Es significativa la descripción que de ellos realiza, con un claro sentido despectivo, y en la que se evidencia el rechazo hacia lo que estos representan de perjudicial para la clase obrera. Véase cuál es la posición que de estos ofrece en su crónica inicial: “Esos trabajadores que venían, en su mayor parte alemanes, se trajeron esa terquedad rubia, esa cabeza cuadrada, esa barba hirsuta y revuelta que no orea el aire y en que las aldeas se empastan. Se trajeron a sus anarquistas, que no quieren ley, ni saben qué quieren, ni hacen más que propalar el incendio y muerte de cuanto vive y está en pie.” (1)

Y más adelante, expresa: “Quieren que el trabajo se reduzca a ocho horas diarias, y es su derecho quererlo, y es justo; pero no es su derecho impedir que los que se ofrecen a trabajar en su lugar, trabajen. No es su derecho apedrear a los fabricantes que cierran sus talleres, porque no puede continuar produciendo con esta época de precios bajos, en condiciones que requerirían más gastos de producción. No es su derecho perseguir con ese odio bestial a las muchedumbres, a los infelices que se prestan un día a ocupar los lugares de algunos huelguistas...” (2)

En esta visión, se percibe la influencia de una prensa parcializada. Describe a unos hombres en cuyos métodos de lucha imperan el desconcierto, la violencia, la rebeldía,  traída de las sociedades europeas de las que provienen, donde el obrero no tiene derecho a elegir, a reformar las leyes; es víctima de la más cruel opresión sin poder oponerse a ella por medios pacíficos y legales, y todo este odio lo han traído y utilizado como vía para resolver los problemas de que son víctimas al arribar a un país en el que, según las leyes, los obreros tienen otras libertades y otros derechos de los que carecen en sus países de origen. Martí considera justos los métodos de lucha empleados por los obreros en la vieja Europa, en la que no hay justicia para el obrero; sin embargo, a esta imagen de los obreros europeos y de la situación que afrontan en sus respectivos países, contrapone la de los norteamericanos: “Pero acá, los obreros no se han levantado como siervos, sino como hombres, puesto que tienen la práctica de serlo...” (3)

Comprende el Maestro la justeza de las demandas de estos obreros, pero no comparte los métodos para el logro de sus propósitos. A estos contrapone los utilizados por los obreros pertenecientes a la Orden Americana de los Caballeros del Trabajo, que repudia la violencia como recurso de lucha y que busca la conciliación entre la clase obrera y los dueños de las fábricas; en este sentido,  hace énfasis en la figura del sastre Uriah Stevens, guía de la Orden y de quien exalta sus virtudes personales, sus doctrinas, así como también sus métodos para enfrentarse a los enemigos de clase,  entre los que se descarta el de la violencia. Es preciso aclarar que ese “consorcio” entre obreros y fabricantes que proponían los de la Orden, no resultaría de ningún modo eficaz en aras del logro de los propósitos de la clase obrera, en una sociedad como la que se estaba gestando en los Estados Unidos, y en la que los intereses del obrero son total y definitivamente incompatibles con los de los capitalistas; de hecho, este método que pretendían emplear traería como resultado acrecentar el grado de explotación del obrero por parte del capital.

No deja de reflejar el Apóstol la desigualdad social que origina la problemática de la clase obrera y la reacción que esta provoca en las masas de asalariados porque, a pesar de haberse producido los sucesos en la ciudad de Chicago, la situación embargaba a todo el país, y al respecto expresa Martí:

“Las razones son las mismas. La concentración rápida y visible de la riqueza pública, de tierras, de vías de comunicación, de empresas, en una casta acaudalada que legisla y gobierna, ha provocado la concentración rápida de los trabajadores, quienes sólo apretándose en liga formidable, que a un tiempo deje apagar los fuegos en los hornos y crecer la hierba en las ruedas de las máquinas, puede oponer con éxito sus derechos a la altivez y descuido con que los miran los que derivan toda su riqueza de los productos del trabajo que maltratan. Las tierras públicas van cayendo en manos de ferrocarriles y magnates, dejando poco espacio para que mañana, cuando estos globos industriales estallen, cuando la producción excesiva de las industrias se reduzca a las necesidades reales, puedan los obreros sin empleo ocupar la tierra...” (4)

 Martí profundiza en el problema del trabajo en los Estados Unidos, penetrando en los elementos que han incidido en la conformación de la clase obrera, así como en las causas que han originado los estallidos sociales. Se refiere a las crisis de superproducción y a lo que estas traen aparejado.

Ante la  situación que atravesaba la clase obrera del país, aborda desde su punto de vista algunos pasos que hubieran podido darse en favor de la solución del problema obrero y que al no llevarse a cabo, desencadenaron una serie de estallidos sociales; de esta manera, también se refiere a determinadas cuestiones que, aún hoy, subsisten en el seno de la sociedad norteamericana; véase su criterio al respecto:

“(...) Lo racional hubiera sido rebajar la tarifa, abaratar la vida del obrero con la introducción libre de los artículos de abrigo y alimento, ir reduciendo sin sacudidas la producción industrial a aquellos artículos y cantidades que de un modo normal y constante puede el país producir con provecho, sacrificar al bienestar nacional y a la conservación de las industrias permanentes, las industrias ficticias, que son aquellas que sólo pueden mantenerse merced a leyes protectoras que imponen a toda la nación, en forma de precio alto, una contribución injusta en provecho de un ramo que al fin, como todo lo violento, tiene que dar en tierra. Pero eso no se hizo, porque pudieron mucho, como aún pueden, los industriales coaligados...” (5)

Al referirse a los “industriales coaligados”, el Maestro alude a la conformación de los cartels como primeras formas de creación de los monopolios, que en su afán de producir cada vez más, poco le interesaban las consecuencias que para la clase obrera traería consigo la reducción de salarios, el despido de los trabajadores, el cierre de las fábricas, entre otras medidas, que lejos de mejorar la vida de los más desposeídos de la sociedad, la agravaba cada vez más.

Como se aprecia al referirse a los que llegaban, hace mención a los emigrantes provenientes de países europeos de varias nacionalidades que habían arribado a los Estados Unidos con la esperanza de encontrar mejoras económicas y sociales, ya que por aquellos años el norteño país se erigía ante el mundo como un paradigma de democracia y de libertad, cuestiones estas que se violaban abiertamente en sus países de origen. Aquellos hombres fueron convertidos por el capital norteamericano en mano de obra barata; resultaron víctimas de la más cruel explotación, y no tardaron en comprender que, en realidad, no existía diferencia alguna entre la situación de la clase obrera de la vieja Europa y la de los Estados Unidos. A esta conclusión arribaría Martí un poco después.

En su segunda crónica publicada en La Nación, Buenos Aires, el 21 de octubre de 1886, y que lleva por título “El proceso de los siete anarquistas de Chicago”, con fecha de Nueva York, 2 de septiembre de 1886, aborda Martí nuevamente las vías que utilizaron los anarquistas para enfrentar a sus explotadores, la problemática de la clase obrera en los países europeos, así como el veredicto final de los jueces, después del proceso.

A continuación, se refiere a todas las acciones desplegadas por estos obreros para llevar a cabo sus planes; algunas de ellas eran: recolecta de dinero, alquiler de casas para realizar experimentos, impresión de libros para enseñar cómo hacer bombas caseras, “se atraían con sus discursos ardientes la voluntad de los miembros más malignos, adoloridos y obtusos de los gremios de trabajadores: ‘pudrían’- dice el abogado- ‘como el vómito del buitre, todo aquello a que alcanzaba su sombra.’” (6)

En lo concerniente a la reacción de los obreros al conocer el veredicto final de los jueces, manifiesta cómo estos no realizaron ni la más mínima protesta por la suerte de sus compañeros y los repudiaron por cometer tales actos en su nombre.

Resultan notables algunos rasgos de la sociedad norteamericana que el Maestro deja entrever en dicha crónica, relacionados con la naturaleza de este pueblo, en el que si bien están presentes el culto al individualismo, a la violencia, y  la muerte de un hombre no provoca en sus coterráneos las fibras más sensibles del corazón; sin embargo, la clase obrera sí es honorable y es capaz de luchar porque se le respete su dignidad.

Más adelante aborda la situación de un jurado que había sido traído en contra de su voluntad, por el temor que sentían al tener que juzgar a los “jefes de una asociación numerosa de hombres que creen glorioso el crimen, y criminales a todos los que se les oponen” y por el temor de tener que enfrentar que los anarquistas “enfurecidos por la sentencia de sus jefes, llevasen a cabo las amenazas que esparcían abundantemente, mientras se estaba eligiendo el jurado.” (7)

Como puede apreciarse, en torno al proceso se entreteje toda una atmósfera de temor, de amenazas, de violencia, se buscaron pruebas, testigos, todo lo cual se hizo premeditadamente; y en la creación de esta imagen de terror de los anarquistas, la prensa desempeñó un principalísimo papel. Sencillamente, había que crear un clima psicológico nacional propicio para condenar a estos hombres que se habían atrevido a desafiar a sus explotadores, había que realizar un juicio ejemplarizante a estos “criminales”.

Es de notar la visión que de los familiares de los obreros ofrece Martí, fundamentalmente la correspondiente a la esposa de Parsons, a la que califica de “implacable e inteligente como él, que no pestañea en los peores aprietos, que habla con feroz energía en las juntas públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera. Los noticieros de los diarios se le acercan, más para tener qué decir que para consolarla...” (8)

Esta imagen llena de dureza que nos muestra de la mulata de Parsons, no es mas que la representación más evidente de la indignación ante la injusticia, es la imagen de quien sabe que de su lado está la verdad; y en clara oposición a ella está la de una prensa sensacionalista, indolente ante el dolor ajeno, que pretende más que indagar en el problema, en sus verdaderas causas, en cómo ha de sentirse esta ciudadana ante la noticia de la pena de muerte a que ha sido condenado su esposo, conmocionar, impresionar a los lectores y provocar un efecto de rechazo hacia su persona, por lo que ella representa.

La carta escrita al Director de El Partido Liberal, con fecha Nueva York, el 17 de octubre de 1886, refleja una nueva y diametralmente opuesta visión de los sucesos. En esta carta aparece otra imagen de los anarquistas, Martí comprende que el origen del mal no está en la actuación de los obreros anarquistas, sino en una sociedad  en la que el capital se concentra cada día más en una minoría, que se erige sobre bases injustas y  que compulsa al individuo que es víctima de ella a buscar métodos para librarse de la opresión de que es objeto.

Las palabras de la Parsons evidencian una intensa labor para dar a conocer la verdad sobre los hechos, en oposición a la desplegada por la prensa parcializada, que trataba de ofrecer a los lectores una visión falseada de los hechos. Estas ideas despertaron el interés del Maestro y le llamaron a la seria reflexión; pero, ¿qué ideas propugnaba ella en sus discursos?:

La bandera roja, dice, no significa sangre: significa que las grandes fábricas donde hoy se asesina el alma y cuerpo de los niños, se convertirán pronto en verdaderos  kindergantens (...) La anarquía está, expresa, en su estado de evolución, si es imprescindible: y luego la justicia. La anarquía no es desorden, sino nuevo orden (...) Pedimos la descentralización del poder en grupos o clases (...) La tierra será poseída en común, y no habrá por consiguiente renta, ni intereses, ni ganancias, ni corporaciones, ni el poder del dinero acumulado. No pesará sobre los trabajadores la tarea brutal que hoy pesa. Los niños no se corromperán en las fábricas, que es lo mismo que corromper a la nación; sino irán a los museos y a las escuelas. No se trabajará desde el alba hasta el crepúsculo y los obreros tendrán tiempo de cultivar su mente y salir de la condición de bestia en que viven ahora. El que trabaje, comerá, dentro de nuestro sistema, y el que no, perecerá, lo mismo que hoy. Pero no se amontonarán capitales locos, que tientan a todos los abusos: no habrá dinero de sobra con que corromper a los legisladores y a los jueces. No habrá la miseria que viene del exceso de la producción, porque sólo se producirá en cada ramo lo necesario para la vida nacional”. (9)

De estas ideas, Martí valora la verdad que ellas encierran en cuanto a la situación que afronta la clase obrera y lo que proponen los anarquistas para la solución del problema obrero; pero reconoce que ponerlas en práctica, no sería una tarea fácil.

En los discursos de esta singular mujer, a los que el propio Martí califica de “puro sincero”, ella, sin llegar a pedir clemencia ni aun para su propio esposo, pone al desnudo las causas y cómplices de la miseria que lleva a los hombres a la desesperación. Dice:

 “Que en la reunión en que estalló la bomba, la policía se echó encima de los hombres y mujeres con el revólver en la mano y el asesinato en los ojos. Los anarquistas llevaron allí la bomba, para resistir, como la policía llevó el revólver para atacar. ‘Miente’, exclama, el que diga que Spies y Fisher arrojaron la bomba! (...) Fisher, dice, estaba entonces tomando cerveza conmigo en un salón cercano. ¿Quién ha dicho en el proceso que vio tirar la bomba, a ninguno de los condenados? ¿Acaso los que llevan a mata,r llevan a ver el crimen, como llevó mi marido, a su mujer y a sus hijos? ¡Ah, la prensa, las clases ricas, el miedo a este levantamiento formidable de nuestra justicia ha falseado la verdad en ese proceso ridículo e inocuo! (...)”. (10)

Pero la denuncia de la Parsons al sistema, al injusto estado de cosas, resulta demoledor cuando refleja la situación de la mujer que tiene que trabajar durante agotadoras jornadas para ganar un mísero salario que apenas le alcanza para sobrevivir o cuando se refiere a los hijos de los obreros que andan descalzos, mientras en Washington la élite de la sociedad despilfarra su dinero en lujos, en excentricidades y vanidades de toda clase.

“¡No!, ¡no es bueno que los ojos de vuestros hijos pierdan su luz puliendo esos diamantes! ¡Oh, pobre niño de las fábricas! (...) ¡Oh, pobre niño de las fábricas: las lágrimas que ahora hacen correr por tus mejillas la avaricia y la brutalidad, se transformarán pronto en caricias, y la brutalidad se transformará pronto en caricias y en besos. Los hombres que las ven correr, las secarán con sus robustos brazos. No los detendrá en su camino de justicia el hambre, la mentira, ni la horca, sino se erguirán y padecerán como sus padres bravamente, y salvarán por sobre sus cabezas, si es preciso a sus hijos!” (11)

De “singular espectáculo” califica Martí la actuación de esta mujer que recorre el país clamando justicia para su esposo y partiendo de ella, valora la situación y el papel de la mujer norteamericana en la vida del país. Para ello alude a cómo esta se ve frecuentemente abandonada  a su suerte en un “país de atrevimiento”, para decirlo con sus propias palabras, donde la fortuna y las relaciones conyugales son inseguras, donde lleva una existencia áspera e independiente; de ahí que en ellas se hayan enraizado el desembarazo y la libertad que las libera del encanto propio de su sexo y que les impregna de una fuerza casi viril. La compara con la mujer cubana, tan dependiente y  dulce.

Aborda cómo allí la mujer es víctima de la soledad, de la falta de apoyo, de la brutalidad del esposo y que debe vencer las adversidades de la vida con su osadía y su inteligencia en diversos oficios, incluyendo aquellos que sólo estaban destinados para el hombre como la abogacía, la política, el manejo de los negocios de empresas complicadas, entre otros.

Para el Apóstol no pasó por alto en la disección que hizo de esa sociedad el elemento social, y dentro de él, qué papel desempeñaba el sexo femenino. La razón del comportamiento de la mujer tiene sus bases en el carácter de una sociedad brutal que no le da a ese sexo el lugar que verdaderamente merece; por lo que ha tenido que endurecerse para poder sobrevivir y hacerse valer de alguna manera dentro de ella.

En carta dirigida al Director de La Nación, con fecha Nueva York, 13 de noviembre de 1887, Martí dirige una vez más su atención a este importante acontecimiento; pero en este caso, ya habiéndose cumplido la sentencia de muerte de los anarquistas. El tono luctuoso de estas páginas revela que dicho acontecimiento llegó a marcar hondamente su fina sensibilidad. Asimismo, condena a aquellos que enjuician los delitos de la sociedad sin tomar en consideración las verdaderas causas que les han dado origen. Aborda una vez más las verdaderas causas de la sentencia contra los obreros: el miedo al poder que iba alcanzando la naciente clase obrera dentro del país, cuya fuerza y accionar, cada vez más en ascenso, sólo estaba obstaculizada por las discrepancias entre sus líderes. La existencia de una sociedad en la que se ahondaba cada día la contradicción entre las clases antagónicas, dado que se hacía más descarnada la explotación del hombre por el hombre; era por tanto, necesario aleccionar a las nacientes capas sociales y ejecutar para su venganza. Los poderosos hurgaron en el carácter del pueblo norteamericano, en su aversión  al crimen, en su desprecio y oposición a los inmigrantes, a quienes veían como sus verdaderos enemigos que venían a quitarles sus puestos de trabajo y de esta manera lograron el apoyo de la nación.

Martí comprende que en realidad los males que imperaban en los países europeos, eran los mismos que padecía el Norte: “(...) Esta República, -dice- por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos”. (12) Y seguidamente analiza las causas de por qué los Estados Unidos, de “una apacible aldea pasmosa”, se había transformado en una “monarquía disimulada”. Los obreros venidos de la Europa monárquica en busca de las libertades de que se veían privados en sus países de origen, en busca de mejoras salariales, de trabajo, del derecho al voto, entre otras, habían chocado con una dura y bien distinta realidad, y se encargaron de denunciar los males sociales que veían en un país que se erigía ante el mundo como el baluarte de la libertad.

La situación de la clase obrera se hace cada vez más insostenible y desesperanzadora: vive en una casa en la que pasa frío y hambre, y en condiciones infrahumanas; el obrero es convertido en mano de obra barata, trabaja durante largas horas y se le paga un salario que apenas le alcanza para vivir; se ve expulsado de su puesto de trabajo por pertenecer a una junta de obreros. Por pedir mejoras en sus condiciones de vida es apresado, sentenciado por un juez, golpeado o asesinado por la policía. ¿Qué diferencia existe entre su Europa y el Norte prometedor? Es necesario, entonces, cambiar ese estado de cosas existente.

Martí critica una vez más el papel de la prensa aliada a las clases en el poder que, en lugar de aquietar los ánimos de los anarquistas, los irritaba, los popularizaba, incitándolos a actuar bajo todo el abrigo de la ley, ante la existencia de un sistema opuesto a la verdadera libertad del hombre; una prensa que se encargó de falsear la verdad de los acontecimientos, que adulteró el proceso al influir en la opinión pública norteamericana mostrando solamente una sola cara de la moneda: la de los policías despedazados por la bomba, las esposas viudas, los hijos de los policías huérfanos. Había que hacer “justicia” anta tamaña barbarie, ya que, de no hacerlo, quién los defendería mañana cuando la clase obrera se alzara. De esta manera, Martí aborda cómo estos siete obreros fueron condenados a muerte en la horca; uno de ellos, Neebe, a la penitenciaría por conspiración de homicidio, que no fue en ningún momento probado, por el simple hecho de explicar ante la prensa y durante el proceso las doctrinas que defendían, y que, por demás, estaban amparadas por las leyes norteamericanas.

Ante esta decisión, Martí cuestiona la magnitud, la justeza de la sanción impuesta, y manifiesta que la verdadera solución a los problemas sociales es prevenirlos o evitarlos arrancando de raíz las causas que les dan origen y no, sin haber combatido los males, tratar de apagarlos con medios “sangrientos y desesperados”. Resulta evidente que todo se convirtió en una verdadera conjura en contra de los obreros y, más que eso, en contra de lo que ellos y su accionar significaban para el resto de la clase más explotada, por el ejemplo que ello podía constituir al sentar un precedente para las presentes y futuras generaciones de trabajadores.

Adentrarse en el análisis de las ideas contenidas en los textos martianos, ha permitido constatar que, de manera inexorable, estos conmovedores acontecimientos tuvieron una importancia capital en la formación antimperialista del Maestro, en tanto le permitió penetrar con entera profundidad en aspectos medulares de la sociedad norteamericana en los inicios de su formación imperialista; entre los que se encuentran, la formación de los monopolios, la concentración cada vez mayor del capital en manos de unos pocos que detentaban las leyes y  el poder; el carácter abyecto, injusto y violento de esa sociedad que manipulaba los medios de comunicación y que los mantenía bajo su dominio, con la clara intención de influir a su favor sobre la conciencia nacional en detrimento de los intereses de la clase obrera. Asimismo, le posibilitó comprender, con meridiana claridad, que la reacción de la clase obrera era una consecuencia lógica que tenía sus bases en el orden de cosas establecido, que bajo ningún concepto favorecía la concepción de una sociedad en la que se tuviera en cuenta la dignidad y la verdadera libertad del hombre.

Desafortunadamente, esta problemática de la sociedad norteamericana reflejada por Martí en muchos de sus escritos se ha exacerbado; muchos hechos actuales así lo demuestran; recuérdese la injusta pena de muerte impuesta a Julius y Ethel Rosenberg, al afronorteamericano Shaka Sankofa, y otros muchos inocentes, víctimas de un sistema legal retorcido y arbitrario que responde a los intereses de una minoría, cuyos poderes alcanzan límites insospechados. Pero, ante todos estos sucesos que ha condenado con justeza la  humanidad, se impone decir junto al Maestro de todos los tiempos: “¡Hemos perdido una batalla, amigos infelices, pero veremos al fin el mundo ordenado conforme a la justicia. Seamos sagaces como las serpientes, e inofensivos como las palomas! “ (13)

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

(1)           Martí, José. Un drama terrible, p.10.

(2)           Idem, p.11.

(3)           Idem, p.17.

(4)           Idem, p. 4.

(5)           Idem, p. 8-9.

(6)           -----. Obras completas, t. II, p. 55.

(7)      Idem, p. 59.

(8)      Idem, p. 60-61.

(9)      Martí, José. Un drama terrible, p. 42-43.

(10)    Idem, p. 45.

(11)    Idem, p. 46.

(12)    Idem, p. 335.

(13)    Idem, p. 356.

 

BIBLIOGRAFÍA:

MARTÍ, JOSÉ. Obras Completas. Ciudad de La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975.

-----. Un drama terrible. Ciudad de La Habana,  Editora Política, 1987.

MARTÍNEZ BELLO, ANTONIO. José Martí: antimperialista y conocedor del imperialismo. Ciudad de La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1986.

ROIG DE LEUCHSENRING, EMILIO. Martí antimperialista. La Habana, MINREX, 1961.

-----. El internacionalismo antimperialista en la obra político-revolucionaria de José Martí. Ciudad de La Habana, Editora Política, 1984.