http://images.google.com.cu/images?q=tbn:DLEdYZrJKK-gtM:www.habanaelegante.com/Images/Luz3.jpgJosé de la Luz y Caballero: el silencioso fundador.[1]

Autoras:

Dr. C. Emma Medina Carballosa

emma@ucp.ho.rimed.cu

Lic. Dilma González Arbella

 

 

Resumen

El trabajo contiene un análisis del significado de la obra educativa en su época y en la actualidad del pedagogo cubano José de la Luz y Caballero. Se centra la valoración en las concepciones sobre la educación de este educador y en su práctica como maestro, haciendo énfasis en la educación moral sobre la base de criterios de sus discípulos y de otras personalidades de importancia en la Historia y las Letras cubanas.

Palabras clave: Educador cubano, José de la Luz y Caballero, Historia de la Pedagogía en Cuba, concepciones educativas.

 

Abstract

This paper contains an analysis of the meaning in the educative work at its time and the present time of Cuban educator Jose de la Luz y Caballero. The valuation in the conceptions on the education of this educator and in their practice like teacher is centered, doing emphasis in the moral education and political education on the base of criteria of its disciples and other personalities of importance in the Cuban History and Letters.

Key words: Cuban educator, José de la Luz y Caballero, Pedagogy history in Cuba, conceptions on the education.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“El que no sabe honrar a los grandes no es digno de descender de ellos”

José Martí [2]

 

¿Se ha sentido alguna vez insatisfecho con los logros que ha obtenido en su labor educativa? ¿Ha tenido dificultades para educar a sus alumnos? ¿Ha tratado de buscar soluciones sin encontrar respuestas a sus interrogantes para mejorar su trabajo como maestro?

Si se ha visto frente a estos dilemas, le invitamos a que lea este artículo evocador. Aquí no podrá encontrar recetas, pero sí un buen ejemplo de lo que puede hacer un maestro con resultados significativos y dignos de admiración.

Este “silencioso fundador”[3], según José Martí, fue José de la Luz y Caballero (1800-1862), al que le tocó vivir en un siglo de dominio colonial y estigma esclavista; pero a la par, de gestación de la nacionalidad cubana. ¿Qué papel jugó este educador ante estas contradicciones?

En la generación que llevó adelante en el país la primera guerra por la independencia hubo un destacado grupo de intelectuales, discípulos de Luz; sin embargo, no podemos catalogarlo a él mismo como independentista. ¿Sus lecciones fueron decisivas para este grupo de jóvenes? Para que haga sus propias consideraciones se va a ir dilucidando la esencia del trabajo pedagógico de este educador, el que ejerció en varios colegios famosos de la historia patria, en los católicos: Real y el Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio y Seminario de San Francisco, y esencialmente en dos laicos: el Colegio San Cristóbal y el Colegio del Salvador.

El inicio de las primeras concepciones educativas de importancia en Cuba está muy vinculado a la religión católica. Como antecedentes del trabajo que desarrolla José de la Luz y Caballero, se destacan las figuras de los sacerdotes José Agustín Caballero (1762-1835) y Félix Varela (1788-1853); el primero, tío-abuelo y maestro de José de la Luz; y el segundo, su amigo y eterno maestro, aunque no lo fuera directamente en el aula.

El propio Luz inició el estudio de la carrera sacerdotal, donde llegó a obtener las órdenes menores, pero decidió que su vocación estaba entrañada en la formación de hombres y no en el ministerio religioso; esta formación sin duda influirá de alguna manera en su labor como maestro, aunque su labor fundacional se desarrollará principalmente en los colegios laicos mencionados.

Luz enriqueció las concepciones y la práctica educativa progresista de sus antecesores; al igual que ellos, se enfrentó al dominio de la enseñanza escolástica, por su papel pernicioso en un aprendizaje estéril, y se afanó en desarrollar una actitud reflexiva, observadora, cuestionadora, poco dada a seguir autoridades ciegas.

Para lograr todo esto utilizó métodos pedagógicos que aprendió de sus maestros, pero también se vinculó directamente con diferentes corrientes pedagógicas de avanzada en aquel entonces, para lo que fueron muy útiles los viajes que realizó por diversos países del mundo: Francia, Italia, Escocia, Estados Unidos, entre otros. En ellos conoció lo mejor de su intelectualidad. Al respecto, dice el escritor cubano Cintio Vitier: “El cubano más culto de su siglo recibido en sus viajes con respeto por Ticknor, Longfellow, Scott, Michelet, Humbolt, Goethe, o el cardenal Mezofanti.”[4]

Lo que aprendió en estos países lo adaptaría a las condiciones históricas de Cuba. La esencia de sus concepciones educativas se puede encontrar en muchos de sus aforismos, sus elencos y discursos académicos, proyectos de reformas, polémicas que sostuvo en la prensa de la época, entre otras fuentes.

Se considera conveniente hacer referencia a algunas concepciones de Luz y Caballero para comprender mejor su labor educativa.

“Desengañémonos: ni hay otro medio de predicar costumbres que el ejemplo, ni los mejores planes de enseñanza pasan de meros pliegos de papel sin honrados y hábiles preceptores.

Queremos maestros hábiles y teóricos profundos, antes que eruditos indigestos y prácticos superficiales.

No sabe más el que repite más de lo ajeno, sino el que dice o hace más de lo suyo.

Háganse respetables y serán respetados los maestros.

A los niños no se les debe instruir, en mi concepto, sino en algunos rasgos morales sacados de la historia, o más propiamente de las biografías: ni más ni menos que como se extraería un bello pasaje moral de una novela para inculcarles ejemplos de virtud.

Valiera más o no establecer escuelas absolutamente, que poner a la niñez a cargo de entes inmorales o inexpertos.”[5]

Ex profeso se referencian aforismos donde se revela el papel que le corresponde al  maestro esencialmente en la educación moral que él consideraba, y es considerada actualmente por muchos pedagogos, piedra angular de la formación de los educandos.

Por eso sus esfuerzos estuvieron encaminados a formar hombres de bien ¿Cómo concebía Luz este ideal?

“Un buen muchacho es respetuoso con sus padres, obediente a sus maestros, amable con sus compañeros y atento y bien criado con todo el mundo [...].”[6]

Recalcó, en muchas alocuciones a sus alumnos, como cualidades esenciales: la justicia y el sentido del deber.

“[...] Es necesario pues que los niños no sólo oigan hablar de la virtud, sino también que la vean practicar.”[7]

“Antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres reyes y emperadores- los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral.”[8]

Estas palabras que dijera a sus alumnos son una muestra del sistema de influencias educativas que diseñaba. La clave del éxito de José de la Luz radicó en la formación moral que logró en sus educandos, partiendo de un ambiente adecuado en el colegio. Uno de sus más ilustres discípulos, Manuel Sanguily, dice cómo lo lograba:

“El colegio era 'Alma Máter del espíritu casa y familia' en una 'atmósfera libre' de 'amorosa fraternidad' con una 'comunicación franca y constante', 'inmensa colmena de trabajo provechoso y saludable'. 'Su sola presencia simbolizaba el orden y el respeto al deber.'

Lo que inspiraba era amor a la ciencia y al saber, mientras sembraba en los ánimos gérmenes sanos de moralidad y de nobleza viril.

Su secreto consistió en hacerse amar.

De noble cuna sin embargo de 'naturaleza humilde y sencilla', 'un gran pensador y un ser profunda y esencialmente afectivo'.”[9]

Todos estos elogios de Sanguily fueron para su maestro del colegio del Salvador, que dirigiera Luz desde 1848 hasta su muerte en 1862, y en el que el maestro vivió durante largo tiempo y para el que hizo que se mudaran también muchos de los maestros, los que escogía cuidadosamente por el amor a los niños.

Su fama fue tal que se le conoce desde entonces como el maestro del Salvador; pero desde mucho antes (1833-1836), había iniciado con dedicación su tarea como maestro, en el colegio San Cristóbal. Allí realizó sus innovaciones más connotadas, sobre todo en la modernización tanto del currículum de estudios, como de los métodos pedagógicos utilizados. Allí dio sus famosas clases de composición de las que tanto se habló y sus brillantes disertaciones filosóficas, escribiendo elencos de esta materia que dieron lugar a enconadas polémicas y donde expresó y defendió el método explicativo. Allí escribió su texto de Lectura Graduada e hizo extensivo el método a todas las asignaturas a partir de Orientaciones Metodológicas para su uso. “Así por medio del método explicativo llegarán a poseer materiales, instrumentos y ejercicios para pensar.”[10]

La esencia de su gran influencia en todas las instituciones educacionales donde trabajó era la gran armonía que lograba entre: ciencia y conciencia, compartiendo, no impartiendo, en una colaboración franca con un gran respeto a sus alumnos, a su independencia, pero sin descuidar la exigencia, partiendo del ejemplo del maestro que era un estudioso incansable, que dio a su profesión toda su entrega, pues se dedicó a ella por placer y necesidad de ser útil a su patria, pero no por apremios económicos.

En el colegio del Salvador, la obra de sus amores, además de la organización de las clases de lunes a viernes, el maestro se reunía los sábados con alumnos, padres y vecinos, e improvisaba algún sermón laico, haciendo comentarios de pasajes de las Epístolas de San Pablo, a través de las cuales despertaba las conciencias de los presentes y donde expresara la mayoría de sus famosos aforismos; los allí reunidos iban a escuchar un sabio y un gran hombre.

Pero los sermones hubieran sido ineficaces dichos por personas de escasa moral; la fuerza de su palabra dependía de la gran lección moral que fue su vida. Son innumerables los ejemplos de dignidad, firmeza, sentido del deber, austeridad y sencillez, entre otras cualidades que lo caracterizaron.

Siendo de noble cuna, jamás tuvo esclavos y en la cláusula novena de su testamento en 1862 diría:

“Habiendo repugnado siempre a mis principios apropiarme del trabajo ajeno, y después de haberme ocupado del modo más justo de proceder, para que no forme parte de mi haber materno lo que pudiera haberme correspondido por valor de esclavos, señalo tres mil pesos para que se liberten los que puedan, de los que tomaron parte de la dotación del Ingenio La Luisa.”[11]

Aquel que se opuso a la expulsión del abolicionista inglés David Turnbull, de la Sociedad Económica de Amigos del País, desafiando una orden del Capitán General O’Donell, y sosteniendo que renunciaría a ser director y miembro de esta sociedad, si se cometía tamaña injusticia, logrando con su firmeza y valentía que no se aprobara la petición.

El hombre que hallándose muy enfermo en París regresó a La Habana en 1844 para responder ante el tribunal que juzgaba a los supuestos implicados en la conspiración de esclavos llamada  La Escalera” (por el suplicio a que eran sometidos los encartados), y que, a pesar de los consejos de sus amigos de que no regresara pues podía poner en peligro su vida, regresó y enfrentó los cargos, siendo absuelto, después de sufrir prisión domiciliaria, por prescripción facultativa.

El que años después, cuando un comisario de policía requirió su firma, para obsequiar una espada de honor al general O’Donell, rojo de indignación le contestó, según lo testifica otro de sus brillantes discípulos, Enrique Piñeiro: “Que jamás prestaría su nombre para que adquiriese el honor que le faltaba a un hombre que había forjado una conspiración de negros en Cuba para saciar su rapacidad.”[12]

Otro hecho que hablaba por sí solo de su postura ética fue que desde muy joven se proclamó abiertamente seguidor de las ideas de Félix Varela, sobre quien pesaba una grave acusación de traición a la corona española, encargándose de distribuir su periódico El Habanero y sus Cartas a Elpidio cuando este se encontraba en el exilio.

De manera sistemática defendió sus opiniones públicamente y en la prensa, lo que ha hecho que se valore como único en el desarrollo de la filosofía en la Cuba del siglo XIX, los años en que se creó todo un movimiento filosófico en torno a las disputas sobre la base de los elencos de Luz y que como máximo saldo no permitiera la entrada de corrientes negativas del pensamiento filosófico como el eclecticismo.

Si no bastara lo que se ha dicho hasta aquí, el mejor ejemplo del impacto de su obra fue el momento en que falleció; muchos cubanos se acercaron al Capitán General Serrano para que se dispusiera duelo oficial por su muerte, lo que fue dispuesto, declarándose suspendidas las clases por tres días y por primera vez en Cuba las señoras solicitaron autorización para concurrir a un sepelio, según declararan “Don Pepe era, más bien padre, que maestro de sus hijos.”

Un hombre que se convirtió en un símbolo para sus alumnos, muchos de ellos intelectuales y hombres de bien, que cuando llegó el momento de decidir, lógicamente lo hicieron con los sentimientos que les había inculcado su maestro por la independencia, la justicia y el deber para con la patria.

Entre sus alumnos se contaron próceres de la guerra grande como: Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Luis Ayestarán, Honorato del Castillo, entre otros.

Pero lo que da la dimensión de su magisterio es su ejemplo imperecedero para otras generaciones de cubanos que lo consideraron un paradigma de cubanía. En el año 1892, treinta años después de su muerte, los exiliados cubanos en los Estados Unidos, hombres pobres, obreros tabaqueros, en su mayoría tenían su retrato en todas las casas, lo que motivó al Apóstol de nuestra independencia a expresar:

“Se derramaban las almas y en los corazones de los cubanos, presidía, como preside su efigie la escuela y el hogar, aquel que supo echar semillas antes de ponerse a cortar hojas, aquel que habló para encender y predicó la panacea de la piedad, aquel maestro de ojos hondos que redujo a las formas de su tiempo, con sacrificio insigne y no bien entendido aún, la soberbia alma criolla que le ponía la mano a temblar a cada injuria patria y le inundaba de fuego mal sujeto la pupila húmeda de ternura... ¡yo no vi casa, ni tribuna en el Cayo, ni en Tampa, sin el retrato de José de la Luz y Caballero.”[13]

Serían más que suficiente estas bellas palabras para terminar esta evocación, pero se considera necesario enfatizar en que Luz y Caballero se ganó esa fama por su gran obra como maestro en la escuela y en la vida, que se caracterizó por un profundo amor a los niños, fe profunda en la juventud, bondad y dulzura infinitas, y, como remate, una cultura tan vasta, que no es exagerado darle el dictado de sabio encarnando la figura ideal que él quiso que fuera todo maestro: “un evangelio vivo”.

 

BIBLIOGRAFÍA

BACHILLER, ANTONIO. Apuntes para la historia de las letras y la instrucción pública de la Isla de Cuba. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, Instituto de Literatura y Lingüística, 1955. T. II.

BUENO, SALVADOR. José de la Luz y Caballero: su vida. En Historia de la Literatura Cubana. La Habana, Editora del Ministerio de Educación, 1963.

CARTAYA, PERLA. José de la Luz y Caballero y la pedagogía de su época. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,  1989.

-----. La polémica de la esclavitud en José de la Luz y Caballero. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales,  1989.

CHÁVEZ, JUSTO. Del Ideario Pedagógico de José de la Luz y Caballero. La Habana,  Editorial de Pueblo y Educación, 1992.

LAHERA MARTÍNEZ, FALCONERIS. El método científico de José de la Luz y Caballero. Tesis en opción al título de Doctor en Ciencias Filosóficas. Holguín, 1996.

LUZ Y CABALLERO, JOSÉ DE LA. Aforismos y apuntaciones. La Habana,  Ed. Universidad,  1962.

-----. Escritos educativos. La Habana,  Editorial Pueblo y Educación, 1991.

MAÑACH, JORGE.  Luz y El Salvador. Educación, (La Habana), no. 93, ene-abr. 1998, p. 49-57.

MARTÍ, JOSÉ. Cartas de Martí. La Nación, (Buenos Aires), 16 y 17 de junio de 1883, p. 404. T. IX.

-----. El Economista Americano (Nueva York), marzo de 1888, [s. d. t.].

-----. “Oración de Tampa y Cayo Hueso”. Nueva York, 17 de febrero de 1892, [s. d. t.].

-----. Patria, (Nueva York), 17 de noviembre de 1886, [s. d. t.].

PICHARDO, HORTENSIA. José de la Luz en el colegio de Carraguao. Universidad de la Habana, (La Habana), ene-jun. 1961, p. 148-158.

VITIER, CINTIO. El sol del mundo moral. La Habana, Ediciones Unión, 1995.

-----. Lecciones cubanas. La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1996.

 

 

  

 



[1] Este artículo fue publicado por las autoras en la edición 26 de la Revista “Luz”. Año VI, No.2. 2007. [Nota de la Editora]

[2] Martí, José. Cartas de Martí. La Nación, (Buenos Aires), 16 y 17 de Junio de 1883, p. 404. T. IX.

[3] -----. El Economista Americano, (Nueva York), marzo de 1888 y Patria, (Nueva York), 17 de noviembre de 1886. [s. p.].

 

[4] Vitier, Cintio. El sol del mundo moral, [s. p.].

[5] Estos aforismos aparecen en Escritos Educativos, de José de la Luz y Caballero. Páginas en orden de aparición: 191,196, 196, 194, 81, 92.

[6] Citado por Chávez, Justo. Del Ideario Pedagógico de José de la Luz y Caballero, p. 23.

[7] -----. -----, p.163.

[8] Citado por Vitier, Cintio. El sol del mundo moral, p. 34.

[9] Estas frases elogiosas de Manuel Sanguily hacia su maestro José de la Luz y Caballero aparecen en el libro José de la Luz y Caballero. Estudio crítico, p. 170 – 185.

 

[10] Luz y Caballero, José de la. Instrucciones a los maestros para practicarles el método explicativo. En Escritos Educativos, p. 97. T. II.

 

[11] Citado por Vitier, Cintio. El sol del mundo moral, p. 35.

[12] -----. -----, [s. p.].

[13] Martí, José. “Oración de Tampa y Cayo Hueso”. Nueva York, 17 de febrero de 1892. [s. p.].